Él

Quiero contar que las cosas ya no son como antes, que quiero sentir sus besos con el mismo anhelo insatisfecho de hace veinte años y, aunque mi corazón ya no palpita hasta el punto del ahogo, no me sudan las manos, ni mi cuerpo tiembla de nervios cuando estoy frente a él, el ansia sigue siendo la misma.

Puedo mirarlo a los ojos, hablarle sin titubear y hasta el rose accidental de su mano en la mía tiene la frialdad de un suceso cotidiano, mas me sigue costando reprimir un suspiro hondo, pero callado cuando se vuelve y me da la espalda. Ese instante en que miro con plena libertad su nuca tupida de cabello castaño -donde ya se vislumbran las canas- es el único en que toda mi atención se concentra en aprenderme de memoria sus detalles; cuando por fracciones de segundo todo lo que me rodea deja de tener importancia y me quedo prendada de las costuras deshiladas de su playera, de la línea donde termina su cabello y el tono amarillento de su piel que no recibe a menudo la caricia del sol.

Y no puedo evitar evocar aquella animación* donde la protagonista -bellísima y bipolar como la gran mayoría de las mujeres anime- posee un par extra de brazos (a veces más), transparentes y oscilantes cual tentáculos que emergen y se alargan a voluntad para destrozar con fuerza pavorosa a sus enemigos.

Lucy puede hacer pedazos a sus verdugos sin siquiera despeinarse
Sonrío -siempre lo hago cuando él está cerca- imaginando lo que mis manos ansiosas le harían a su camiseta azul claro y luego a su pecho torneado durante esos cinco, acaso diez segundos en los que no puede darse cuenta del embeleso con que lo contemplo; en ese brevísimo lapso en que mis brazos alargados se enredan en su cuerpo y mis dedos etéreos se meten en su boca, juguetean con su lengua para luego deslizarse por el ángulo prefecto que forman su mentón barbado y su garganta.
 
En seguida se vuelve para hablarme con la misma calidez de una cajera en supermercado, procurando siempre, y a veces de manera infructuosa, no mostrar mayor interés, pero intentando extender nuestra converzación más allá de un "por favor" y "gracias". Entonces enmudezco, sus ojos fijos me hacen sonrojar y busco entre todas las preguntas que quiero hacerle -su edad, signo zodiacal, la música que le gusta, su programa favorito- la más incidental, cualquier cosa que me permita escuchar su voz por más tiempo del que dura nuestro efímero encuentro y vuelvo a caer en la cuenta que toda pregunta calculada y arreglada para ser espontánea resulta justo lo opuesto, así que tras el protocolario "no, eso es todo, muchas gracias" emprendo la huida andando despacio, conteniendo la necesidad de echar a correr lejos de su influjo.

Él se ocupa en otra cosa y el instante mágico en que vivo porque vive, existo porque existe y pienso porque es la mejor manera de tocarlo, llega a su término.

Mientras me alejo -obligándome a no volver el rostro a riesgo de convertirme en estatua de sal- trato de convencerme que mi deseo no es correspondido para olvidarme de él, para borrarlo y vuelvo a repetirme que han pasado demasiados años de historias que no nos son comunes, de sucesos en los que no estuve para él, ni él para mí, después me contradigo y concluyo que el destino nos coloca otra vez en el mismo lugar; que nuestro juego se volvió cauto,  pero tan intenso que la distancia flagela, provoca hambruna y embriaguez tal que la realidad parece difusa.

No es amor, me repito a diario, al mirarme al espejo y poner un poco de brillo en mis labios, acentuar mis cejas y pestañas y recoger en una coleta mi cabello caótico... no es amor... pero me sorprendo pensando en él, dándole a la única historia que nos es común todos los finales posibles; suspiro al retratar en mi mente su gesto severo, "sus ojos brujos", "lindos son sus ojos"; su sonrisa ambigua, su piel mortecina, su andar encorvado y presuroso; él que parece carecer de sentimientos como un androide, automatizado e infalible, programado para sonreír, asentir y dar las gracias así le estén mentando la madre; que se despide y se ocupa en su labor, lo único que parece significarle algo... No es amor, estoy segura, es enamoramiento malsano, tan denso como añejo, tan doloroso como absurdo, tan férreo como sucio; tan revitalizante como adormecedor... No es amor, es el delicioso placer de contemplar una pintura tan bella como intalgible; tan inalcazable como vacía; tan anhelada como peligrosa; tan prohibida como irresistible...

*Elfen Lied

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