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Punto de fuga

"She's taking her time making up the reasons to justify all the hurt inside" La cuesta se augura interminable. Nuestros cuerpos despiden calor… no mucho. El aliento empaña el cristal de la ventanilla. Allá al frente los faros iluminan, con su luz amarillenta, el pavimento nuevo. Puede ser que el invierno venga frío, que acalambre, entumezca y enrojezca nuestras mejillas, pero aquí adentro el aire perfumado se siente tibio. Me gusta el invierno porque las noches son largas y el cielo negrísimo siempre está colmado de estrellas. Desvío mi mirada de la hilera de faros, que, cual tulipanes, amarillos e inmóviles, bordean la carretera, hacia tu perfil que me enloquece: tus rasgos finos tallados en mármol, tu naricilla afilada, tus labios, tu boca diminuta que guarece esa tu sonrisa sarcástica. El auto sigue su marcha ininterrumpida. Tenemos cuatro horas para degustarnos, tocarnos, mirarnos, perdernos el uno en el otro sin cuchicheos ni miradas inoportun

...Y todo por los Guns

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Escribo esto una semana después del incómodo suceso, un poco porque la frustración y la furia del momento fueron tan grandes y tan absurdas que de todas las ideas que se me vinieron a la mente no encontré la ideal para iniciar este texto y que englobara de manera general mi sentir. Cierto es que los calificativos  “pendeja”, “pose de mierda”, e incluso “fascista” me parecieron demasiado sutiles para definir a la tipa en cuestión, además que están ya tan gastados que resultan incluso ambiguos. Y pese a todo, no, no fue ella la responsable de mi rabia; como no suele ser nunca culpa de las otras personas sino de cuan a pecho nos tomamos a veces las opiniones. Me sentí ridícula y más que fuera de lugar, pero no fue su culpa, es sólo que a últimas fechas mi humor se ha vuelto volátil y tan inestable como un cartucho de nitroglicerina, algunos dicen que es la famosa crisis de los cuarenta, o al hecho de que aún no he sido madre o quizás deba enfrentar una menopausia precoz, pero lo ciert

...Pero yo quería una bandera

Escribo ahora que la adrenalina ya ha pasado, pienso, le doy vueltas al asunto, ¿qué ha ocurrido conmigo en estos días? Me desconozco y al mismo tiempo me convenzo que hace mucho que no me sentía tan yo. Me sonrojo, no puedo evitarlo, y luego hago un breve recuento de las horas que pasé frente al televisor haciendo lo que nunca pensé que haría otra vez: ver un partido de futbol, y no solamente verlo sino sentirlo, entenderlo, sufrirlo. Hoy hacen ya ocho días que mi alma se embargó de esa emoción arrolladora y franca al ver a un montón de tipos persiguiendo una pelotita y gozar como los demás cuando esa pelotita se metió no una –como es la costumbre- sino tres gloriosas veces en la portería del equipo contrario. Ese grito unánime, que hasta hace no mucho me era ajeno, me hizo vibrar de gozo, no sin cierta pena, porque lo que veía en la pantalla había dejado de ser pan con lo mismo. Esa emoción que mantuvo mis nervios a flor de piel, el aliento contenido, las ganas de llorar

Hoy, hace quince años

"Dile que lo quiero, dile que me muero de tanto esperar" No recordaba cuánto duele… y no sé si me duele la nostalgia por lo que se ha ido o por lo que fui. Recordar aquel año es recordar un deambular sin calma; el antes y el después de su estancia: mis pasos lentos, mi mirada ansiosa, mis oídos sordos de tanto escuchar las mismas canciones como si al hacerlo la espera fuera menos desquiciante y la despedida no llegara nunca. “Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer…”, repetía en mi cabeza una y otra vez la mañana del 2 de mayo; ese domingo soleado, el día de su partida, tan distinto a los días nublados previos al concierto. Acodada en la barda de la azotea, sin dejar de mirar al cielo y sin poder contener el llanto cuando el motor de alguna aeronave llegaba a mis oídos, oraba por un milagro: que por alguna razón él no se subiera a ese avión y se quedara aquí por siempre. Verlo a unos cuantos metros había sido como si el tiempo hubiera detenido su marcha,

El hombre de la bufanda blanca (o Así empezó)

El primer kinder que Laurita conoció era un salón inmenso iluminado apenas por una pequeñísima ventana, lleno de rostros abominables con los ojos fijos y la sonrisa torcida; con los pelos enmarañados y las uñas largas en espera de alcanzarla. Las paredes gordas, como reflejadas en una esfera de navidad, estaban llenas de dibujos atroces (que en nada se parecían a las hermosas muñecas que su papá le dibujaba) y al frente de todos los entes diabólicos dispuestos a devorarla, estaba ella, la maestra sin rostro que movía las manos   cual posesa y hablaba en un lenguaje inteligible. En sus primeros días de escuela, Laurita no podía permanecer dentro del salón por más de media hora. Una vez que la clase daba inicio y segura de que mamá ya se había ido, se salía a toda carrera para dormirse en las jardineras y hubo una vez en que, incluso, llegó sola a casa ante el espanto de su madre que no se explicaba cómo había podido cruzar la avenida, sin embargo, pasada la sorpresa, le

Cómo conocí a Cruz

La mañana en que conocí a Cruz Trejo era soleada y limpia, o así me lo parecía porque los andadores de la ESIME AZCAPO estaban rodeados por trozos de terreno pastoso, verde y fresco que reconfortaban por mucho mi encorajinado espíritu.      La razón por la que yo, que había quedado fuera de reglamento dos años antes de la ESIME Culhuacán, anduviera nuevamente en terreno politécnico, se debía a que, al no tener nada qué hacer y habiendo sido rechazada por la UNAM y por la UAM en el mismo año, pensé que lo único que me quedaba por hacer para no sentirme de plano fracasada y sin futuro era estudiar inglés. Y sin embargo me encontré con que en el CELEX el bimestre recién comenzaba y había que esperar los obligados dos meses para poder inscribirme o al menos hacer el examen de colocación. Abatida por esa angustia que se siente al no pertenecer a ningún lado, me dirigí a la salida apenas conteniendo el llanto que me aquejaba desde mis dos rotundos fracasos por estudiar una licen