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Mostrando entradas de 2012

Amores gatos

“Pata con patita, cola al viento vamos tú y yo, ¡miau, miau!” June vivió su infancia en el seno de una familia de la que se despidió cuando tuvo suficiente edad para mudarse a otro hogar; era bien portada y hogareña; mientras que Lola, fue arrancada de su hogar siendo todavía lactante. June detestaba los ruidos molestos, a Lola la altera todo son ido que le recuerde el infierno que vivió tratando de ocultarse de los autos y los camiones que circulaban en la avenida donde fue botada. Ambas grises y rayadas; ambas refunfuñonas e intolerantes; ambas friolentas y amorosas, pero yo no sería parte de la historia de la una sin la presencia de la otra: Dolores llegó a mi vida desp ués que June murió. Una noche, por un descuido mío, June se salió a la calle y en un rato ya estaba tendida a media carretera. No supe (ni quiero saber), a ciencia cierta, qué le ocurrió, pero mi gatita adorada se fue, así, de pronto, dejándome, además del terrible cargo de conciencia por mi descui

Mi perpetua adolescencia

Hace unos días pude por fin ver una película que, desde su estreno, llamó mucho mi atención por su premisa, el ya clásico reencuentro de compañeros de preparatoria, diez años después de la graduación, no es en sí que el argumento sea original, sino que removió por completo mis recuerdos de adolescente y aunque no termino de comprender bien a bien qué relación tuvo el alka seltzer en todo esto, Efectos secundarios ocupa ya un lugar muy especial entre mis películas favoritas.  No podía faltar el “galán” de antaño, con su facha desgarbada y, para no faltar al cliché, su actitud agresiva, rebelde (antes de que Anahí y Dulce María jodieran para siempre tan atesorado concepto) sin que en su bellísimo cuerpo figurara un solo tatuaje (oh, muestra innegable de malignidad que ya, de entrada, dotaba de un aura demoniaca al portador así se tratara sólo de un par de letras). Quedo prendada de la pantalla y vuelve a mente el dolor de las heridas de prepa; qué de recuerdos, cuántas referencias

Where is Jason?

(O Crónica para un día lluvioso) Otra vez la misma ruta. Como siempre el trayecto será prolongado e incómodo. Soy la segunda pasajera, así que tengo suficiente espacio para elegir. Tomo mi lugar junto a la ventana, recorro el cristal y me resigno a esperar los veinte minutos que han de trascurrir antes de que la camioneta se mueva. No me angustio, no tengo prisa. Transcurren quince minutos. El ruido en la calle es la cotidiana mezcla de motores, salsa, gritos de vendedores ambulantes y del despachador anunciando nuestra ruta. Thriller de Michael Jackson hace todo lo posible por imponerse en esta contienda de decibeles, pero no lo logra, aún cuando el volumen del bafle en el puesto de películas está al máximo. Me planto los audífonos y activo la cancelación para aminorar el escándalo (esta cajita negra es capaz por sí sola de evitarme una migraña) mientras decido cuál de mis listas amenizará este viaje, mi ánimo urge de algo suficientemente fuerte para contrarrestar la m

El adiós de una marioneta

Me rendí a tus pies, enclenque y rota, y no quisiste mirarme. Al principio pensé que era por concentración o carácter, después entendí que estabas aterrado, decidido a doblegar tu curiosidad, a extraviarte en el silencio con tal de no reflejarte en mis pupilas inertes, mas, ni aún entonces, perdiste tu hermosura. No conocía el tono exacto de tu piel de bronce, pero sí cómo tu sudor la hace resplandecer bajo las llamaradas. La luz roja dotaba de sombras las delicadas líneas de tus brazos, de tu pecho, de tu cuello grácil, blanco palpitante de mi ansiedad. Había dejos de magia en tu quehacer y en tu mirada perdida, llenaste de vitalidad mi cuerpo desguanzado sólo con reír de la manera en que lo haces: desinteresado, frívolo, ajeno; desplegando tus membranosas alas mientras esperas la oleada de aplausos y no he terminado de entender si es para redimirnos o debido a tu arraigada costumbre de despedirte. Después, la danza ceremoniosa de tus dedos. Contemplaba embelesada tu andar alti

Mr. Hammett y el balcón de San Antonio

“...Ojala por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto,  para no verte siempre, en todos los segundos,  en todas las visiones, ojala que no pueda tocarte ni en canciones.” Ha pasado más de una década desde la primera vez que lo vi, pero su recuerdo se quedó en mi pensamiento como una cicatriz que, aunque finalmente sanó, el dolor permanece adormecido, casi imperceptible, pero latente.  El ansia por su llegada, lo efímero de su presencia, la interminable recuperación de una apresurada despedida; me dejaron por mucho tiempo extraviada en un entorno vaporoso donde nada de lo cotidiano bastaba para aminorar la tristeza. El hambre insaciable de su voz, de su cuerpo, de sus manos, me acompañaba día a día por caminos que desde entonces no fueron los mismos: la cotidiana ruta al trabajo, el salón de clases, un parque, la panorámica de un foro.    El motor de un avión, un puente, la carretera, su voz de adolescente grabada en un cassette; una playera negr