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Mostrando entradas de 2018

Face to Face

Hola mundo, ¿cómo estás?: Yo de nuevo aprovechando unos minutos libres que pude conseguir para escribirte. Sé que había prometido hacerlo más seguido, pero en verdad que el tiempo no me alcanza. ¿Sabes?, si fueras en verdad mi amigo girarías un poco más lento para darme un par de horas libres extra, pero no, vas en chinga loca porque sospecho que incluso a ti también se te hace tarde. Caray, cómo te he pensado últimamente. Sí es nuestra amistad de esas que florecen vía Facebook, donde sólo leo y veo imágenes que te gustan, pero no sé cómo iniciar una conversación personal que no quiero que se extienda porque ni tú ni yo tenemos tiempo para entrar en detalles, porque en cualquier momento tendré que levantarme de un brinco para ocupar mi tiempo en cumplir con todos menos conmigo. Te diré, “ya me desconecto, bye”, y sabré que levantarás las manos al cielo respirando aliviado porque te evité la pena de largarme. Tú pensarás “carajo, ¿por qué no entiende que no estoy aquí para at

Pablo

“Y es que nunca pude dejar de amarte, fracasó el intento por olvidarte, resignado estaba a vivir sin ti, pero llegaste”… y estás aquí, yo que pensaba que nuestras historias serían líneas paralelas.   Has cambiado, siempre serás algunos años menor; “contigo en la distancia”, pero siempre de la mano. Solía imaginar que, sentada a tu lado, preguntaba sin recato todo aquello que quería saber de ti, y sucede que ahora, al caminar contigo la costumbre de saberte lejos me hace acelerar el paso y poner distancia de por medio.  Me gustan tu desenfado y la franqueza con que dices las cosas más simples; pero tu sonrisa que era perfecta, ahora luce apagada y nostálgica, ¿qué fue de ti en todos estos años? Caminamos hombro con hombro. Te miro, por vez primera sin temor a que descubras cuánto me has gustado siempre. Sigues teniendo una nariz hermosa y tu andar muestra la seguridad de tus años de juventud  al saberte deseado,  cual monarca que desfila sobre una alfombra roja y que saluda

Relato sin ventana

Se me han ido los años anhelando el sitio perfecto para escribir mi obra maestra. Alcancé mi cuarta década y mi opera prima consta de algunos centenares de páginas que comencé a escribir en mi   mocedad; treinta años en los que los cambios generacionales no me esperaron para que mi historia fuera verosímil (el internet ya no permite pretextar desinformación). He desperdiciado el tiempo añorando el rincón perfecto, la mesa más cómoda, la iluminación adecuada, una silla que se amoldara a mi espalda vencida, la madurez suficiente para escribir algo verdaderamente interesante. Mis personajes   estaban inspirados en mis amores platónicos –la verdad es que siempre he sido bastante indecisa y nunca pude decidirme por uno solo-   cuyas cualidades y defectos estaban repartidos en quienes conformaban el casting, porque en ese mundo animado y recreado por mi imaginación me podía dar el gusto de interactuar y engolosinarme con ellos sin sentir pudor, compasión o cargo de conciencia.