Punto de fuga

"She's taking her time making up the reasons
to justify all the hurt inside"


La cuesta se augura interminable. Nuestros cuerpos despiden calor… no mucho. El aliento empaña el cristal de la ventanilla. Allá al frente los faros iluminan, con su luz amarillenta, el pavimento nuevo.

Puede ser que el invierno venga frío, que acalambre, entumezca y enrojezca nuestras mejillas, pero aquí adentro el aire perfumado se siente tibio. Me gusta el invierno porque las noches son largas y el cielo negrísimo siempre está colmado de estrellas.

Desvío mi mirada de la hilera de faros, que, cual tulipanes, amarillos e inmóviles, bordean la carretera, hacia tu perfil que me enloquece: tus rasgos finos tallados en mármol, tu naricilla afilada, tus labios, tu boca diminuta que guarece esa tu sonrisa sarcástica.

El auto sigue su marcha ininterrumpida. Tenemos cuatro horas para degustarnos, tocarnos, mirarnos, perdernos el uno en el otro sin cuchicheos ni miradas inoportunas a nuestras espaldas.

Poso mi palma temblorosa en el dorso de tu mano diestra; acaricio el vello negro que cubre tu piel áspera; siento la tensión de tus músculos cuando cambias la velocidad antes de pisar el acelerador a fondo. De nuevo vuelvo el rostro hacia la ventanilla, allá abajo duerme la ciudad que amo: los faroles encendidos, las ventanas a oscuras, los gatos vagabundos, los balcones desiertos como aquél donde me hallaste, como aquél en el que irrumpiste de la nada para traerme contigo.

Quisiera escuchar tu voz, aunque detesto su tono imperativo de quien no admite réplica.

No me hablarás, lo sé, pues temes que descubra cualquiera de tus sentimientos; siempre hemos creído que las certezas le restarán emoción a nuestro cortejo y que el suponer es lo que nos mantiene prendados. Te sientes escudriñado y frunces el entrecejo, nunca te he dicho lo mucho que me atemoriza tu gesto y el brillo de tus pupilas cuando te embarga la ira, pero esta vez no bajaré la mirada, ni emprenderé la huida resuelta a borrarte de mi universo, pues quiero llenarme hasta el hartazgo de tu preciosa imagen; sacarte de mi corazón para, por fin, tenerte, así, vulnerable, entre mis manos.

No puedo entender cómo puedes mantenerte atento al camino delante sin parpadear, sin bostezar, sin mirarme a los ojos, yo que ardo de impaciencia por hallarme en los tuyos.

Volvería a ensoñar, pero nos aproximamos a la bifurcación donde habremos de elegir si penetrar en el boscaje o tomar el retorno que me llevará de vuelta a mi recámara, a la luz, a la soledad, al calor que me asfixia… a esa despedida que he tratado de evitar durante tantísimos años.

Tomas el volante con ambas manos. En derredor reina la oscuridad más densa. Lejos ha quedado la ciudad, los motores, los siseos de los cables de luz.  Me adormezco en tu hombro. Tengo miedo de que te desvanezcas como hace dos noches; anhelo, como siempre que voltees de pronto para tomarme en tus brazos y besarme hasta el fin de nuestro tiempo.

Me sujeto a tu brazo voluptuoso, me embriago de tu aroma irresistible, quiero guardarlo mi memoria como cada detalle de esta postal que dibujo en espera tuya. Muerdo tu oreja, quiero restregar mi boca en tu barba tupida, que digas mi nombre en un suspiro, a gritos, entre jadeos, en la cumbre de tu éxtasis y no en un murmullo inaudible como yo suelo musitar el tuyo.

“Hasta la luna y de regreso…”, pero ¿para qué volver?, ¿a dónde pertenezco si tú estás aquí, a bordo de esta máquina que siguió el camino intermedio, justo el que conduce al precipicio?

…Me gustan las noches de invierno, porque son limpias y colmadas de estrellas, porque me puedo acurrucar en tu regazo, porque me bebo tu aliento, porque cierro los ojos y te llevo conmigo mientras todo los demás desparece.


     

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