Mr. Hammett y el balcón de San Antonio


“...Ojala por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, 
para no verte siempre,
en todos los segundos,
 en todas las visiones,
ojala que no pueda tocarte ni en canciones.”

Ha pasado más de una década desde la primera vez que lo vi, pero su recuerdo se quedó en mi pensamiento como una cicatriz que, aunque finalmente sanó, el dolor permanece adormecido, casi imperceptible, pero latente. 

El ansia por su llegada, lo efímero de su presencia, la interminable recuperación de una apresurada despedida; me dejaron por mucho tiempo extraviada en un entorno vaporoso donde nada de lo cotidiano bastaba para aminorar la tristeza. El hambre insaciable de su voz, de su cuerpo, de sus manos, me acompañaba día a día por caminos que desde entonces no fueron los mismos: la cotidiana ruta al trabajo, el salón de clases, un parque, la panorámica de un foro.   

El motor de un avión, un puente, la carretera, su voz de adolescente grabada en un cassette; una playera negra, los moretones en mi piel después del primer encuentro, la música que vivía por sus manos; me llevaron un día a plantarme frente a un balcón desolado y decir mis votos.

Él, que me pertenecía desde que conocí su boca jadeante, sus ojos desinteresados y su cuerpo esbelto, sudoroso y extenuado por una jornada de más de dos horas, estaba ahí tras la cortina de seda que ondeaba al viento, aunque los transeúntes sólo miraran la estructura derruida, los cristales rotos mal cubiertos con un trozo de nylon azul y una mujer de negro prendada de ellos.

Uníamos nuestras manos, nos besábamos, enredaba mis dedos en sus sedosos rizos; mantuve su cintura amarrada en mis brazos mientras me adormecía en su pecho sudoroso, pero me abstuve de mirarlo a los ojos porque sabía que sus pupilas castañas mirarían siempre hacia la multitud, hacia las luces y el fragor de ese mar enardecido que lo reclamaba.

La senda era la misma, tarde con tarde, hora por hora, mientras sus acordes silenciaban mis pasos y la alarma del tren.

Él en mis ojos, él en mis oídos, en mi boca, en mi nariz y en mis manos. Yo sin mí por él que le restaba significado al hecho de llegar a cualquier parte.


Y si me preguntaras si mi amor
sigue siendo tuyo sé que yo
nuevamente te diré que sí y,
desde el fondo de mi corazón,
 antes que pierda la razón,
no vuelvas nunca más a mí.

Transcurrieron algunos años.

Volvió. Esta vez sin demasiados preámbulos, tampoco hubo lluvia ni sedante en los estallidos, heridas de guerra… insomnio. Otra vez, erguido y magnánimo, se paseaba por el escenario, el ambiente era el mismo y no tanto: la luna, el ensueño, los cantos, la distancia; los mismos y no tanto...  

No hubo besos, ni dedos entrelazados, sólo miradas ansiosas y la certeza de que mi hombre de negro ya no era el de antes. Por él también habían pasado los años, ensancharon sus carnes, perfeccionó su sonrisa (con los dientes chuecos era real), maquilló su rostro de mediana edad, y, aunque ciertamente la madurez acentuó su buen porte y su maestría no había cambiado en absoluto, había algo de hastío en su quehacer… Mi adoración y mi ansiedad se vieron reducidas a una gritería simplona que poco tenía ya del anhelo de entonces.

Volví a vagar de noche tras la despedida. Mis hombros desnudos, mis mejillas, me cabello tenían dejos de su perfume, de su cadencia, pero el dolor me era ya familiar, no era sorpresivo ni arrebatador como la primera vez, ahora podía contenerlo tras una sonrisa de conformidad. No volví al balcón (hacía un par de años que lo habían remodelado) y aunque estaba segura que él estaría esperando por mí desistí de encaminar allá mis pasos porque al hacerlo hubiera echado por tierra mi firme convicción de olvidar, de ser yo para mí otra vez.

Ser sin él… 

Mil calles llevan hacia ti
y no sé cuál he de seguir
no tengo tiempo que perder
y ya se va el último tren.


La cuenta regresiva inicia, los minutos transcurren muy lentamente ¿cómo pueden parecer tan largos cuando dos años se fueron sin darme cuenta?

Mi mente narcotizada por el tedio no alcanzaba a asimilar su cercanía, pero hoy está aquí. La gente, las calles, el ruido de esta ciudad parecen los mismos de siempre y es difícil de creer que por unos cuantos días él formará parte de esta decadencia.

De nuevo los arpegios resuenan en mis oídos y en mi corazón, la emoción agiganta, mi pecho se ensancha por los suspiros…

 "Welcome to where time stands still…”, my love.
 .
.
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*El día de hoy, en que por fin me animé a subir un texto a la red, es el primer día en que Metallica toca en el Palacio de los Deportes (en la gira del 2012), evidentemente no fui, y aunque estoy apuntada para el día primero, quise que mi texto quedara registrado en este sitio a la misma hora en que inicia el primero de los ocho conciertos, como un intento de tributo para ellos y de consuelo para mí por no haber ido. Debía quedar registrado a las 8:30 de la noche, pero por una falla en la configuración de mi página quedó a las 18:30. Esta nada breve introducción, es para que quede asentado que mi intensión era arrancar a la misma hora. ¡Salud por los tres fantásticos, un gorila y todos los fans de esta gran banda!
 

Comentarios

  1. Me encantó ver la forma en la que tuvimos sentimientos diferentes en eventos iguales.

    Espero ahora más entradas!! :)

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