Cómo conocí a Cruz


La mañana en que conocí a Cruz Trejo era soleada y limpia, o así me lo parecía porque los andadores de la ESIME AZCAPO estaban rodeados por trozos de terreno pastoso, verde y fresco que reconfortaban por mucho mi encorajinado espíritu.    


La razón por la que yo, que había quedado fuera de reglamento dos años antes de la ESIME Culhuacán, anduviera nuevamente en terreno politécnico, se debía a que, al no tener nada qué hacer y habiendo sido rechazada por la UNAM y por la UAM en el mismo año, pensé que lo único que me quedaba por hacer para no sentirme de plano fracasada y sin futuro era estudiar inglés.


Y sin embargo me encontré con que en el CELEX el bimestre recién comenzaba y había que esperar los obligados dos meses para poder inscribirme o al menos hacer el examen de colocación. Abatida por esa angustia que se siente al no pertenecer a ningún lado, me dirigí a la salida apenas conteniendo el llanto que me aquejaba desde mis dos rotundos fracasos por estudiar una licenciatura.


No puedo recordar si el cartel con la invitación a participar el taller de creación literaria estaba pegado en la puerta de cristal o un uno de los muros del edificio de idiomas,  pero era perfectamente visible, más que oportuno y tenía justo que ver con lo que más me gustaba (y me gusta) en la vida que era escribir.


El sentimiento que experimentaba había mutado de un terrible desconsuelo a un pánico atroz porque por primera vez le iba a mostrar mis textos a alguien más que a mi hermana (pobre) y a mi mejor amiga.


Cruz Trejo estaba ahí.


Y aunque en primer instancia quienes lo conocen pensarían sin dudar que era él el profesor, tutor, guía o gurú del grupo, debo aclarar que esto que les cuento sucedió hace casi 20 años y el señor Cruz, ahora brillante ingeniero, era entonces un chamaquito tan inseguro y espantadísimo como deseoso de comerse al mundo con unas cuantas líneas, tal como todos los que llegamos a parar ahí.


No, por entones yo no sabía que le decían DJ; que en su niñez compraba monografías por esa necesidad insaciable de saber; que a veces su ego lo supera o que tiende a buscar nuevos lares cuando una situación se hace insostenible... a quien yo conocí era un muchacho con un gran copete anime, voz portentosa, pero tímida, que gustaba de los videojuegos y el cine y que amaba tanto escribir como dibujar... Que no conocía más que dos canciones de Metallica (esa banda que estaba de moda y que yo portaba orgullosamente en todas mis playeras con la misma devoción y solemnidad que un hábito), pero que estaba peleado a muerte con la música pop... Ja... Antes muertos que perder la pose.


Yo lo miraba y lo escuchaba con sumo respeto, le creía de manera incuestionable, pero siempre me parecía que su único objetivo era llamar la atención; que era ciertamente petulante, pero que si exponía cualquier idea tenia los suficientes argumentos para respaldarla, es decir, nunca hablaba por hablar.


No tardó demasiado en ganarse mi confianza; en hacerme pensar que el mundo podía descomponerse y reacomodarse a nuestra entera conveniencia. Por él fue que entendí que arriesgarse sin esperar nada valía la pena y que tan rico era comernos unas salchichas sentados en el piso de un vagón del metro como pasearnos en una convención de comics sin tener en la bolsa más que lo suficiente para el pasaje o charlar durante horas en algún lugar tranquilo disfrutando de la lluvia; que los helados saben mejor si antes los prueba un súcubo; que de la admiración al amor hay un paso muy corto e igualmente peligroso y que se necesita mucha fuerza de voluntad para evitar que una amistad férrea y duradera se convierta en un noviazgo efímero y desastroso.


Nuestra amistad, complicidad, camaradería y correrías duraron intensamente poco menos de un año, año en el que experimenté la tremenda transición de defender a capa y espada un texto basura (“¡porque tenía casi 500 páginas y había tardado cuatro años en escribirlo!“) a llorar, gruñir y desgarrarme por escribir un texto "bueno", aunque sólo tuviera cuatro humildes paginitas.


Y Cruz Trejo estuvo ahí... con el nudo atorado en la garganta y conteniéndose de decirle al profe que no fuera manchado conmigo, y se contenía precisamente porque entonces ya tenía la madurez para saber que lo que el Maestro me decía era para que "mis demonios" salieran del clóset de una buena vez y mis creaciones tuvieran originalidad.


Gracias al Taller de Creación o “Sanatorio Mental Valencia (en tu nombre Edwin)”, supe que mi futuro no estaba del todo definido. Decidí que quería estudiar lo mismo que mi maestro, y Cruz, como siempre, sabía que pasara lo que pasara él debía terminar la carrera de ingeniería.


Nos separamos territorialmente, pues por fin yo había aprobado el examen para estudiar la licenciatura en la UNAM, además que nuestro “gurú” de literatura fue "invitado” a abandonar la institución porque a los directivos no les parecía que ese taller sirviera para algo, además del agravante que les quitaba demasiado tiempo a los alumnos y mantenerlo era un desperdicio de espacio y de tiempo. Se les ocurrió que el maestro debía ser reemplazado por alguien más “ortodoxo” y que explotara como era debido la capacidad de los alumnos y del taller... hasta ahora sigo preguntándome cómo  podrían evaluar eso.


DJ y yo seguimos caminos distintos y nuestra historia adquirió nuevos matices. El contacto se hizo cada vez menor hasta casi desaparecer. Él se tituló y yo sufría la histórica huelga de la UNAM… sí, hay que mencionar que por entonces el uso del internet era algo tan impensable como en su momento lo fue el teléfono portátil y tener noticias de un amigo sólo se podía a través de una llamada telefónica (si corrías con la suerte de coincidir en tiempos) o de manera presencial. El e-mail nos reunió de nuevo… y también nos separó por varios años.


El reencuentro fue incómodo para ambos. Dicen que una amistad rota no tiene arreglo alguno, y es verdad que como una herida de guerra la cicatriz nos recuerda todo el tiempo el rencor y el dolor sufrido, pero también es cierto que hoy podemos darnos un fraternal abrazo, el cual evitamos durante demasiados años, primero por la pose (hay que recordar que los rudos no se hacen cariñitos), después por contener un sentimiento mutuo y finalmente porque no sabíamos qué esperar uno del otro.


Cruz Trejo nuevamente es parte de mi historia. Y habremos de escribir capítulos nuevos, algunos probablemente sosos y repetitivos o tan geniales como aquella noche de Live Action o la cena (antes de tu viaje a Brasil) en ese restaurancito de techo achaparrado, a una hora en que las calles del centro ya estaban desiertas (cómo nos sigue gustando la noche, ¿verdad, Isra?)


Así que sin otro afán que recordar por qué seguimos juntos, te envío un abrazo enorme de cumpleaños, por éste y por los que faltan… siempre para ti y tú siempre para mí, así lo espero…   

Comentarios

  1. Debía publicarlo el día 6, pero hasta ahora pude terminarlo, espero te guste... Vamos por los que siguen... salud!

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  2. Sólo quiero agregar que sí conocía como 4 canciones de Metallica u_u.

    Ah, y que mi copete no era ánime... si, daba risa, pero no era ánime.

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