El yang...
...Y de
nuevo el cuerpo vive. Se estremece. Arde presa de tu candor.
Los
sentidos alertas, la carne hambrienta.
No estás,
no vendrás; el tiempo se ha quedado en tu rostro y en tus cabellos, mas tus
ojos, tus ojos vacuos, ángel varado en la luz; tus ojos de pureza indiscutible,
de frialdad infame, han de permanecer hasta que la memoria alcance o el tiempo
concluya.
¿Y qué si pudiera tenerte,
adorarte, poseerte... si el hechizo anida aún cuando no sé de tu tersura, de tu
textura, de tu color?
Tan hermoso como odiado, pero, al fin y al cabo, la mente maestra, eso que ni qué.
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